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Latinoamérica, un barrio en llamas

Al dudoso récord de ser el continente más desigual del mundo, Latinoamérica acaba de agregar el de ser también la región más violenta del universo. No África, Latinoamérica. México y Brasil, no Siria. Desde el Río Grande a la Patagonia, el continente se ha transformado en un inmenso campo de juego para el crimen organizado, cuyas organizaciones y redes se expanden por encima y más allá de todas las fronteras, adquiriendo una escala regional y global que multiplica sus fuerzas. Los resultados son dramáticos.

En Latinoamérica vive solamente el 8% de la población mundial pero ocurren el 33% de los homicidios. Diecisiete de los veinte países con mayor criminalidad en el planeta son latinoamericanos, y lo mismo acontece con 43 de las 50 ciudades, conformando una tabla de la ignominia que encabeza la bellísima San Salvador de Bahía e integran Acapulco, San Pedro Sula, México DF, Guatemala, Serra, Belém, Victoria, Manaus, Cali, Natal, Tijuana, Palmira, Culiacán, Mazatlán, Porto Alegre, San Juan y Kingston, entre otras. Más de dos millones y medio de latinoamericanos han sido asesinados entre 2000 y 2015 según el informe del Igarapé Institute. Y no es todo. El crimen organizado tiene un costo promedio del 3,5% del PBI en la economía de los países latinoamericanos, con un peso financiero total de entre 114.500 millones de dólares y 170.400 millones de dólares anuales. Estamos hablando de unos 300 dólares per cápita, bastante más de lo que muchos países pobres de la región gastan en la educación o la salud de cada uno de sus ciudadanos.

Los argentinos sentimos, con razón, que en los últimos tiempos nuestra seguridad ciudadana se ha degradado, que es difícil sentirse a salvo en muchos lugares de nuestro país y que el crimen asociado al narco ha invadido el territorio. Sin embargo, a pesar de sus enormes desafíos irresueltos, la Argentina ocupa hoy el segundo lugar entre los países de América Latina con menor tasa de muertes violentas. Luego de Chile, donde mueren 3,5 personas en homicidios por cada cien mil habitantes, la Argentina presenta la segunda mejor performance de la región, habiendo descendido de 6,6 a 5,2 homicidios por cada cien mil habitantes de 2015 a 2017. Y bien, otras cifras nos permiten tomar una dimensión de lo que está sucediendo en Latinoamérica apenas más allá de nuestras fronteras. La tasa de homicidios en Venezuela es de 53,7 por cien mil habitantes, la de Brasil es de 27,8 por cien mil habitantes y la de México es de 20,4 por cien mil habitantes. En otras palabras, los argentinos nos lamentamos, y con buenas razones, de una tasa de violencia homicida diez veces menor que la de Venezuela, cinco veces menor que la de Brasil y cuatro veces menor que la de México.

Otra distorsión. Cuando pensamos en el narcocrimen internacional y sus atrocidades, los argentinos solemos pensar en México, país internacionalmente considerado como el paradigma de una sociedad política y un Estado corrompidos por el crimen organizado. El narco es para nosotros el cartel de Sinaloa, los estudiantes asesinados de Ayotzinapa y los cadáveres colgados de árboles y postes en la frontera estadounidense-mexicana. Sin embargo, los datos muestran que la amenaza está mucho más cerca. La situación en nuestro vecino y principal socio comercial, Brasil, ha superado en gravedad la de México. El Comando Vermelho, de Río de Janeiro, y el Primer Comando de la Capital, de San Pablo, tienen bajo su control la mayor parte del territorio brasileño y se están expandiendo hacia Paraguay, Uruguay y Argentina.

Desde hace más de un año hemos comenzado a tener noticias de esta expansión directamente de los diarios. "La triple frontera atacada por un comando criminal" tituló El País informando del "asalto del siglo", ocurrido en Ciudad del Este en abril de 2017, con el saldo de un policía muerto y 40 millones de dólares robados en un espectacular operativo realizado por entre 50 y 60 hombres que disponían de armas largas y de vehículos pesados. "Los peligrosos carteles brasileños empiezan a mirar hacia la Argentina", tituló La Nación el 29 de enero de este año describiendo la presencia de conocidos miembros del Comando Vermelho y el Primer Comando de la Capital de este lado de la frontera. "Primer ataque de extranjeros a un penal argentino-Una banda de narcos brasileños intentó copar una cárcel en Misiones" le hizo eco Clarín el 31 de julio, cuando el Primer Comando de la Capital intentó copar a balazos una unidad penitencial de Posadas.

Es solo el comienzo. Entre otros motivos, porque la situación en Brasil no deja de empeorar. En 2016, Brasil registró 61.619 asesinatos, unos siete por hora, y la tasa de muertes violentas llegó a 29,9 por cada cien mil habitantes, aumentando 3,8% en un solo año. Se cuentan ya 786.670 asesinatos en los últimos 15 años, siete de cada diez de ellos por disparos de armas de fuego y la mitad correspondientes a víctimas menores de edad. Mientras esto sucede, la falta de instrumentos institucionales de cooperación internacional y de integración regional es enorme. Mientras que los criminales han comprendido perfectamente el carácter global del mundo en que vivimos y convierten a sus organizaciones en verdaderas empresas transnacionales del crimen, las fuerzas de seguridad y sobre todo las justicias siguen respetando las divisiones nacionales establecidas en el siglo XIX. Vivimos en la ilusión de que es posible combatir fenómenos transnacionales, regionales y globales utilizando solamente los instrumentos nacionales creados para un mundo industrial-nacional en trance de desaparición. Y así nos va.

Cada día que pasa resulta más claro el fracaso de las estrategias meramente nacionales de lucha contra el crimen organizado. Los dos mayores países de la región se encuentran entre los más afectados, y el número de sus víctimas anuales se cuenta en decenas de miles. Quienes no quieren ver este fracaso y la necesidad de complementar los esfuerzos nacionales con tribunales internacionales, agencias regionales e iniciativas de coordinación globales actúan como quienes creen que un buen sistema antiincendios hogareño los pone a salvo de todo peligro. Hasta que se les incendia el barrio. Y bien, Latinoamérica es ya un barrio incendiado; un barrio cuyo índice de mortalidad triplica la media mundial y cuyos dos principales países se encuentran tomados por el cáncer del narco. ¿Quién puede ignorar las consecuencias que ya está teniendo para toda Centroamérica lo que sucede en México? ¿Quién puede creer que Sudamérica estará a salvo si el país que es la mitad de su territorio, de su PBI y de su población se incendia?

El autor es diputado nacional (Cambiemos).


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